Declinando la pintura
Una rosa es una rosa, decía Gertrude Stein. Sin embargo, René Magritte ya nos advirtió que las cosas no son, en referencia al tema de su pintura, lo que parecen. Son no ya el objeto en sí, sino la representación que de él se nos ofrece. O lo que es lo mismo, son pura y simplemente pintura.
Así es como Carme Garolera toma a la rosa, como tema, recurso o pretexto para ejercitar su oficio pictórico. Ahora bien, pecaríamos de ingenuidad si pensásemos que dicha elección es arbitraria, pues no hay elección gratuita ni aun inconscientemente. Mucho más en su caso, donde toda una trayectoria avala el cuidado puesto en la elección del tema a tratar, ya que mediante él articulará el discurso teórico que necesita para elaborar su trabajo artístico. Siguiendo un proceso en el que, tras interpelar a sus cuestionamientos vitales éstos, son traducidos a nuevos códigos de lenguaje, a aquellos que le son específicos en tanto que hacedora de pintura.
Toma la realidad para pasar a continuación a manipularla y diseccionarla, hasta llegar a hacerla irreconocible, centrándose en aquello que le interesa y que viene marcado por la seducción que sobre ella ejerce el color, la forma y el trazo, sin olvidar nunca el objeto de referencia y su carga simbólica, la cual hace suya y ya no abandona en todo el proceso.
De este modo obtiene como resultado una pintura que a pesar de su aparente abstracción, no renuncia nunca a la figuración. Aprovecha toda la carga conceptual de una realidad preexistente para, tras someterla a una deconstrucción, devolvernos esa misma realidad pero desde una nueva óptica perceptiva, la del microcosmos.
Diciéndonos algo tan sencillo como que la rosa sigue siendo una rosa, pero vista de otra manera. Vista a través de los ojos de una artista que ama el arte por encima de todo. Tanto, que es capaz de ofrecernos una rosa, al mismo tiempo que nos da una lección de pintura.
José Carlos Suárez. Barcelona, abril del 2003
